martes, 9 de agosto de 2011

Plata sobre gelatina

El tiempo es un término complejo, nunca puede definirse con claridad la diferencia entre “Que mal tiempo está haciendo”, “Ese libro es de mis tiempos”, “Ya es tiempo de nueces” y “Como ha pasado el tiempo”; las fotografías siempre son un buen testigo de esta última: basta con mirar en la sala de una casa para perderse en unos ojos extraños que a la vez nos pertenecen, ya sea porque son los mismos que cerramos al dormir o por que han venido recorriendo el largo ciclo genético que culmina con nosotros. Todos cambiamos con los años, y, aunque la fotografía nos preserve etéreos en un plano distinto, evolucionamos como personas, como familia y como sociedad.



La fotografía nos permite vernos a nosotros mismos, lo que fuimos, de donde partimos para convertirnos en lo que somos, es un recurso de reflexión, pero sobre todo, de introspección; sin embargo cuando intento identificarme con mi propia fotografía lo único que sé es que me pierdo en metáforas para embellecer mi verborragia sin conseguir nada, tal vez sólo conclusiones vagas y realidades transpuestas, esas imágenes se convierten en fragmentos, sólo fragmentos de una vida que al unirse muestran un panorama completo de vacíos insondables.

A veces quisiera regresar el tiempo hacia aquellas épocas en que era más afortunada, recuperar los buenos años por que definitivamente este no es mi mejor momento; pero cuando miro en retrospectiva descubro que esta clase de situaciones son las que crean la madurez que siempre he menospreciado tanto. Sé que si pudiera regresar el tiempo cometería los mismos errores de los que ahora me arrepiento, porque por más que me cueste admitirlo, crecer te da claridad.

Si, la fotografía es un testigo, pero es un testigo mudo, es una muestra de los cambios que hemos hecho y que no podemos deshacer, es una vida en un cuidado de papel y es un alma impresa en RGB. La fotografía te acompaña, pero la vida te deja atrás si te quedas mirándola.

Si pudiera mantener el tiempo entre mis manos podría ver una puesta de sol durante horas. Si pudiera manejar la naturaleza podría acercar la luna hasta mi ventana y limpiar de ella la contaminación de la ciudad. Si pudiera ordenarle a la lluvia, le pediría que me lamiera las heridas y me mojara el cabello, pero como no puedo hacer nada de eso me aferro a mi grandilocuencia y la escribo sin prudencias. Soy feliz con pequeñas cosas. El cigarro entre amigos, la cerveza fría y sin espuma, la inspiración que llega cuando menos te lo esperas. Lo mismo pasa con los defectos. Ellos son el valor agregado en una obra maestra, como la inclinación en la Torre de Pisa o la quebradura en el perfil de la Esfinge. Me gustan, me intrigan. Hay hermosura en todo lo cotidiano como también en los defectos y nos esforzamos en criticarlos. Sin ellos habría una sola belleza simple y aburrida. No necesito toda la Capilla Sixtina para darme cuenta que como yo también tiene defectos. Perfecto es una palabra que si pudiera se la llevaría el viento.

1 comentario:

  1. El texto lo rescate de mi compu al depurar archivos. Es de mi modulo de foto, hace dos trimestres.

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