viernes, 20 de noviembre de 2009

Occiso

La oscuridad cubre todo en su margen de visión. “Es la noche más negra del año”, escucho decir a un hombre algunas calles atrás, en realidad no le importa. Se deshace de su cigarro lanzando la colilla a cualquier lugar, no puede pensar en otra cosa.

Lo maté, lo maté, lo maté, lo maté, lo maté.

Lo repite como un mantra, aun sin mover los labios se le escucha con inmensa claridad. La avenida vacía abruma con su silencio y aun así el hombre voltea en todas direcciones, esperando la emboscada de un castigo divino que parece no llegar. Tal vez Dios tenía cosas más importantes que hacer.

Es alto, lo suficiente como para no pasar desapercibido. Maldición. Se restriega las manos contra la ropa compulsivamente y el tic en su ojo se agudiza por el ruido sordo que genera la fricción, sin embargo el calor de sus pantalones reconforta sus congeladas manos.



Eso no tenía que haber pasado.

El no debía haber escondido el cadáver en la alacena, probablemente el olor alertaría a los vecinos en algunos días. Ojala hubiera quemado los restos o tirarlos al rio, cualquier cosa que dejara menos evidencia que alguien pudriéndose junto con su despensa del mes.

Su respiración se descompasó y la aceleración de su ritmo cardiaco hizo que comenzara a jadear sonoramente. No, eso definitivamente no le gustaba. Se calmo tras centenas de segundos de esfuerzo. No pudo más que recargarse en la pared más cercana y dejarse caer. Se seca el sudor con sus manos tembleques al tiempo que identifica la fuga de lágrimas inconscientes. ¿Qué rayos estaba pasándole?

Revuelve su cabello de manera nerviosa, sabe que necesita pensar en una solución pero no puede más que rememorar una y otra vez lo que pasó.

El no debía haberlo arrastrado por la escalera, probablemente había dejado un rastro de sangre y ni siquiera se molesto en cubrirlo. Ojala hubiera ocultado el crimen en el segundo piso, así al menos existiría menos evidencia para inculparlo.

Se golpea la frente por la mano. No puede creer que sea tan tonto. Bueno, nunca pensó convertirse en un asesino, se justificó mentalmente, no estaba en su predisposición genética. Todo había sido una serie de eventos desagradables que desencadenaron el acto más atroz de la función, y la obra estaba detenida en ese momento, en la orilla de una lóbrega carretera con un protagonista rendido.

Decide dejar de huir, cuatro días errantes eran muchos para un sedentario como él. La captura es el único horizonte que ve plausible.

El no debía haber llegado al apartamento días atrás. Ojala hubiera ido a alguna fiesta o a visitar a un pariente, cualquier cosa que lo mantuviera alejado de ese sitio.

No quiere cerrar los ojos, sabe que cuando lo intenta todo se repite en su cabeza, como una retorcida película que desea no ver más. Pero es tarde, sabe que en cualquier momento lo carcomerá aun con los ojos abiertos.

No, no quiere pensar más en eso.

No, no fue su intención.

No, no quiere ir a la cárcel.

No, no es un asesino.

No, no se siente bien con lo que hizo.

No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no.

Si.

Él lo mató. El es un asesino.

Con las manos se toma la cabeza. La tensión lo corroe, lo enloquece, no puede más con ella. Llora, solloza, se agita, grita. Ha perdido el dominio de sí. Se mece bruscamente, hacia adelante y hacia atrás, cada vez con más fuerza y velocidad. Su cráneo golpea con la pared de manera constante, ya no es consciente del dolor. Tibia sangre humedece sus dedos, el no puede detenerse. Se rompen los tejidos, la carne, los huesos, el vaho de su aliento disminuye con cada respiración.

Los perros callejeros comienzan a ladrarle, las luces del edificio de departamentos se encienden, los automovilistas noctámbulos se detienen a ver. Entonces el ruido se detiene.



Occiso: Del Latín occisus, de occidere, matar. Adjetivo. En términos jurídicos, MUERTO POR ASESINATO u homicidio.

lunes, 9 de noviembre de 2009

"Ave-Gas" o "Historia de un Confuciusornis"



Confuciusornis, por F. Spindler


Un sonoro “crack” lleno el vacio, desde su oscuridad el cascaron primigenio se fracturaba en cientos de trozos que integraban un conjunto tan amorfo como su contenido, el ave de gas asomo su inestable estructura y dio su primer paso en ese suelo transparente. Leves murmullos sofocaban el viento cual canticos ininteligibles de ángeles, y, a pesar de que la enceguecedora luz que llenaba todo había logrado desorientarlo en un principio, continuo con su camino.

Avanzo lentamente, sin rumbo, entre precipicios infinitos y una extraña cornucopia de sensaciones que se balanceaban en el ambiente como si de hojas cayendo en otoño se tratase, y, al igual que aquel referente vegetal, se desvanecían con un crujido al apenas acercarse. Se asomo por los rincones más recónditos, olfateo, saboreo, vio y toco con su inexistente anatomía, y, aun así, no lograba entender cómo es que había llegado a nacer en ese refulgente e incomprensible lugar.

Repentinamente uno de sus enlaces atómicos vacilo en su andar y, por cuestiones del azar, se vio obligado a enfocar su vista en uno de los tantos abismos que componían la superficie del extraño mundo. Un monocromático negro ocupaba cada rincón del barranco, sin embargo era relegado a un segundo termino por las formas multicolores superpuestas al despeñadero, todas ajustadas a inexplicables parámetros perfectamente geométricos. Entre los monótonos susurros alcanzo a distinguir una palabra que escucho mas no logro comprender: Oneiros.

Siempre adjuntas a un innegable y exhaustivo calculo matemático, en aquella realidad, aquellas figuras eran nada más y nada menos que los sueños, vagabundos e imperecederos hijos de Nix, trasladados a un plano geométrico por su propia banalidad y conformismo. Una casa, una familia, salud y felicidad, todos siempre cuadrados a los ojos de los habitantes de aquella extraña tierra, siempre tan simples, siempre tan completos, y sin embargo posicionados eternamente en un punto ciego de la percepción, siendo así que los poseedores de aquellas ilusiones nunca se encontrarían satisfechos en el banquete que la vida les ofrecía. Y al igual que aquellos seres, el ave gaseosa decidió no gastar su tiempo en lo que le parecieron trivialidades.

Todo era tan brillante, tan infinito, tan complejo para sus ramificaciones cerebrales que se asusto, mas no supo a donde correr por que cada centímetro parecía ser exactamente igual al anterior, o al menos el ejemplo del siguiente. Volvió sobre sus pasos, rememoro cada movimiento, contuvo el aliento y por más esfuerzos que hizo no tuvo otra opción que aceptarse como extraviado. Así viajo durante lapsos interminables, minutos sin segundos que prefirió no medir dentro de la profundidad de sus lamentaciones, vago sin rumbo en aquel espacio desconocido, sin vida, sin identidad, sin mente y sin cuerpo, tan solo cobijado por el sutil anhelo de volver a su cálido y seguro cascaron, donde nadie le haría nada, donde era el Rey del mundo, donde no era necesario aprender por qué no había nada que saber. Solo quería regresar a su sueño geométrico: Un esférico huevo que le ofrecía la felicidad que él creía necesitar.