lunes, 9 de noviembre de 2009

"Ave-Gas" o "Historia de un Confuciusornis"



Confuciusornis, por F. Spindler


Un sonoro “crack” lleno el vacio, desde su oscuridad el cascaron primigenio se fracturaba en cientos de trozos que integraban un conjunto tan amorfo como su contenido, el ave de gas asomo su inestable estructura y dio su primer paso en ese suelo transparente. Leves murmullos sofocaban el viento cual canticos ininteligibles de ángeles, y, a pesar de que la enceguecedora luz que llenaba todo había logrado desorientarlo en un principio, continuo con su camino.

Avanzo lentamente, sin rumbo, entre precipicios infinitos y una extraña cornucopia de sensaciones que se balanceaban en el ambiente como si de hojas cayendo en otoño se tratase, y, al igual que aquel referente vegetal, se desvanecían con un crujido al apenas acercarse. Se asomo por los rincones más recónditos, olfateo, saboreo, vio y toco con su inexistente anatomía, y, aun así, no lograba entender cómo es que había llegado a nacer en ese refulgente e incomprensible lugar.

Repentinamente uno de sus enlaces atómicos vacilo en su andar y, por cuestiones del azar, se vio obligado a enfocar su vista en uno de los tantos abismos que componían la superficie del extraño mundo. Un monocromático negro ocupaba cada rincón del barranco, sin embargo era relegado a un segundo termino por las formas multicolores superpuestas al despeñadero, todas ajustadas a inexplicables parámetros perfectamente geométricos. Entre los monótonos susurros alcanzo a distinguir una palabra que escucho mas no logro comprender: Oneiros.

Siempre adjuntas a un innegable y exhaustivo calculo matemático, en aquella realidad, aquellas figuras eran nada más y nada menos que los sueños, vagabundos e imperecederos hijos de Nix, trasladados a un plano geométrico por su propia banalidad y conformismo. Una casa, una familia, salud y felicidad, todos siempre cuadrados a los ojos de los habitantes de aquella extraña tierra, siempre tan simples, siempre tan completos, y sin embargo posicionados eternamente en un punto ciego de la percepción, siendo así que los poseedores de aquellas ilusiones nunca se encontrarían satisfechos en el banquete que la vida les ofrecía. Y al igual que aquellos seres, el ave gaseosa decidió no gastar su tiempo en lo que le parecieron trivialidades.

Todo era tan brillante, tan infinito, tan complejo para sus ramificaciones cerebrales que se asusto, mas no supo a donde correr por que cada centímetro parecía ser exactamente igual al anterior, o al menos el ejemplo del siguiente. Volvió sobre sus pasos, rememoro cada movimiento, contuvo el aliento y por más esfuerzos que hizo no tuvo otra opción que aceptarse como extraviado. Así viajo durante lapsos interminables, minutos sin segundos que prefirió no medir dentro de la profundidad de sus lamentaciones, vago sin rumbo en aquel espacio desconocido, sin vida, sin identidad, sin mente y sin cuerpo, tan solo cobijado por el sutil anhelo de volver a su cálido y seguro cascaron, donde nadie le haría nada, donde era el Rey del mundo, donde no era necesario aprender por qué no había nada que saber. Solo quería regresar a su sueño geométrico: Un esférico huevo que le ofrecía la felicidad que él creía necesitar.

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