Lo maté, lo maté, lo maté, lo maté, lo maté.
Lo repite como un mantra, aun sin mover los labios se le escucha con inmensa claridad. La avenida vacía abruma con su silencio y aun así el hombre voltea en todas direcciones, esperando la emboscada de un castigo divino que parece no llegar. Tal vez Dios tenía cosas más importantes que hacer.
Es alto, lo suficiente como para no pasar desapercibido. Maldición. Se restriega las manos contra la ropa compulsivamente y el tic en su ojo se agudiza por el ruido sordo que genera la fricción, sin embargo el calor de sus pantalones reconforta sus congeladas manos.
Eso no tenía que haber pasado.
El no debía haber escondido el cadáver en la alacena, probablemente el olor alertaría a los vecinos en algunos días. Ojala hubiera quemado los restos o tirarlos al rio, cualquier cosa que dejara menos evidencia que alguien pudriéndose junto con su despensa del mes.
Su respiración se descompasó y la aceleración de su ritmo cardiaco hizo que comenzara a jadear sonoramente. No, eso definitivamente no le gustaba. Se calmo tras centenas de segundos de esfuerzo. No pudo más que recargarse en la pared más cercana y dejarse caer. Se seca el sudor con sus manos tembleques al tiempo que identifica la fuga de lágrimas inconscientes. ¿Qué rayos estaba pasándole?
Revuelve su cabello de manera nerviosa, sabe que necesita pensar en una solución pero no puede más que rememorar una y otra vez lo que pasó.
El no debía haberlo arrastrado por la escalera, probablemente había dejado un rastro de sangre y ni siquiera se molesto en cubrirlo. Ojala hubiera ocultado el crimen en el segundo piso, así al menos existiría menos evidencia para inculparlo.
Se golpea la frente por la mano. No puede creer que sea tan tonto. Bueno, nunca pensó convertirse en un asesino, se justificó mentalmente, no estaba en su predisposición genética. Todo había sido una serie de eventos desagradables que desencadenaron el acto más atroz de la función, y la obra estaba detenida en ese momento, en la orilla de una lóbrega carretera con un protagonista rendido.
Decide dejar de huir, cuatro días errantes eran muchos para un sedentario como él. La captura es el único horizonte que ve plausible.
El no debía haber llegado al apartamento días atrás. Ojala hubiera ido a alguna fiesta o a visitar a un pariente, cualquier cosa que lo mantuviera alejado de ese sitio.
No quiere cerrar los ojos, sabe que cuando lo intenta todo se repite en su cabeza, como una retorcida película que desea no ver más. Pero es tarde, sabe que en cualquier momento lo carcomerá aun con los ojos abiertos.
No, no quiere pensar más en eso.
No, no fue su intención.
No, no quiere ir a la cárcel.
No, no es un asesino.
No, no se siente bien con lo que hizo.
No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no.
Si.
Él lo mató. El es un asesino.
Con las manos se toma la cabeza. La tensión lo corroe, lo enloquece, no puede más con ella. Llora, solloza, se agita, grita. Ha perdido el dominio de sí. Se mece bruscamente, hacia adelante y hacia atrás, cada vez con más fuerza y velocidad. Su cráneo golpea con la pared de manera constante, ya no es consciente del dolor. Tibia sangre humedece sus dedos, el no puede detenerse. Se rompen los tejidos, la carne, los huesos, el vaho de su aliento disminuye con cada respiración.
Los perros callejeros comienzan a ladrarle, las luces del edificio de departamentos se encienden, los automovilistas noctámbulos se detienen a ver. Entonces el ruido se detiene.
Occiso: Del Latín occisus, de occidere, matar. Adjetivo. En términos jurídicos, MUERTO POR ASESINATO u homicidio.
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